Una de las decisiones más desafiantes en diseño editorial y digital es cómo combinar tipografías de forma efectiva. Si bien hay miles de fuentes disponibles, no todas se llevan bien entre sí. Una combinación tipográfica bien pensada puede dar carácter, reforzar el mensaje y facilitar la lectura; una elección errónea puede saturar el diseño y confundir al lector. ¿Cómo encontrar ese equilibrio?
El primer paso es entender el contraste. Para que dos tipografías funcionen juntas, deben diferenciarse lo suficiente sin competir entre sí. Un ejemplo clásico es combinar una tipografía con serif (para títulos) con una sans-serif (para textos largos). Esta diferencia aporta dinamismo y claridad. Lo importante es que cada fuente tenga un rol definido dentro del sistema visual.

Otro punto fundamental es la personalidad de las fuentes. Antes de combinar, debemos preguntarnos: ¿ambas reflejan el mismo tono comunicativo? Si una fuente es demasiado formal y la otra muy lúdica, probablemente choquen en lugar de complementarse. Buscar tipografías que compartan ciertas cualidades —como la proporción, el peso o el ritmo— puede ayudar a crear una sensación de cohesión, incluso si son diferentes en estilo.
Por último, la prueba y el ajuste son imprescindibles. Combinar tipografías es tanto ciencia como intuición. No hay una fórmula única, pero sí principios que ayudan a tomar decisiones más seguras. Probar distintas combinaciones, verlas aplicadas en contexto y evaluar cómo interactúan es parte del proceso creativo. Al final, una buena combinación tipográfica no grita, simplemente fluye.